lunes, 13 de mayo de 2019

Extremeñas Valientes II






Matilde Landa Vaz

(Badajoz 1904, Palma de Mallorca 1942)

Fue una destacada militante del Partido Comunista de España (PCE). Es considerada uno de los símbolos más significativos del movimiento de las mujeres contra la dictadura franquista.

Era la hija menor del abogado y dirigente republicano Rubén Landa Coronado. No fue bautizada.

Vivió su infancia y adolescencia en Badajoz, donde estudió el bachillerato. Se formó en un ambiente intelectual, progresista y laico, bajo la influencia de la Institución Libre de Enseñanza. En 1923 se trasladó a Madrid para estudiar Ciencias Naturales, pero por razones de salud tuvo que interrumpirlos y residir en Salamanca y Segovia. En 1929 regresó a Madrid y, al año siguiente, se casó con Francisco López Ganivet, sobrino del escritor Ángel Ganivet. Tuvo dos hijas.

Durante los años de la Segunda República inició su actividad política. A raíz del movimiento insurreccional de octubre de 1934 se afilió al Socorro Rojo Internacional (SRI). En mayo de 1936 ingresó en el Partido Comunista de España (PCE). Al estallar la Guerra Civil (julio de 1936) se enroló en el batallón femenino del Quinto Regimiento de Milicias Populares.

Fue nombrada responsable de personal del Hospital Obrero de Cuatro Caminos, el principal de los centros sanitarios gestionados por el SRI y el Quinto Regimiento en Madrid. En noviembre de 1936, fue trasladada a Valencia con la misión de reorganizar el SRI. Entre esta fecha y principios de 1938 se destacó en la labor apoyo a los refugiados de guerra. En abril de 1938 se incorporó a la sección de Información Popular de la Subsecretaría de Propaganda del Ministerio del Estado. Recorrió numerosas ciudades de la zona republicana organizando conferencias populares para levantar la moral a los combatientes. En esta época alcanzó una cierta popularidad y Miguel Hernández le dedicó un poema.

Al final de la guerra fue encargada, sin apenas medios, de la reorganización del PCE de Madrid. En abril de 1939 fue detenida y su organización clandestina quedó disuelta. En septiembre fue encarcelada en la prisión de Ventas, donde organizó una oficina encargada de preparar los recursos de las presas políticas condenadas a muerte. Esta circunstancia le otorgó una gran celebridad en dichos ambientes, dado que en aquel momento los represaliados se hallaban completamente desasistidos desde el punto de vista jurídico.

Juzgada y condenada a la pena máxima, obtuvo la conmutación gracias a las gestiones del filósofo Manuel García Morente. En junio de 1940 fue trasladada a la prisión de mujeres de Palma de Mallorca.

Debido a su significación política, fue intensamente presionada por las autoridades religiosas para que se bautizara. Incapaz de resistir las coacciones, se suicidó el 26 de septiembre de 1942 y fue bautizada in articulo mortis. En los años siguientes se convirtió en uno de los principales mitos del PCE y del movimiento de mujeres antifranquistas. Entre el 2003 y el 2005, fue objeto de homenajes públicos en Palma de Mallorca, Badajoz y Madrid.


María Telo Núñez
(Cáceres 1915, Madrid 2014)


Fue una jurista y feminista española, considerada una de las 100 mujeres del siglo XX por su defensa de los derechos de la mujer. Doctora Honoris Causa por la Universidad de Salamanca,​ Premio Scevola 20113​ a la “Ética y Calidad de los Profesionales del Derecho” por su compromiso con la justicia y por su lucha a favor de la democracia y la igualdad de la mujer y Premio Clara Campoamor 2006.​ 

«Después del ingreso en la universidad, mi vida ya no fue la misma. Al conocer tan directamente la situación jurídica de la mujer dentro del Código Civil, me sentí tan humillada, tan injustamente tratada, tan vilipendiada, tan nada, que ninguna explicación ni histórica, ni jurídica, ni religiosa, ni humana podían convencerme de que yo exageraba», relataba en su libro Mi lucha por la igualdad jurídica de la mujer.

Soñaba con terminar la carrera, llegar a Madrid y conocer a Clara Campoamor, que en la Repúbica defendía en las Cortes el voto de la mujer y su igualdad de derechos con el hombre. Pero a falta de dos asignaturas para terminar su carrera, estalló la guerra civil, y tuvo que esperar hasta 1940 para obtener su licenciatura por la Universidad de Zaragoza.

La dictadura prohibió a las mujeres opositar a notarías y María Telo tuvo que opositar en 1944 al Cuerpo Técnico de Administración Civil del Ministerio de Agricultura, logrando una plaza y siendo la primera mujer en alcanzar tal hazaña.

Fue allí donde conoció al que sería su esposo, Juan Manuel Fernández Albor, con quien tuvo una única hija. Con treinta y siete años enviudó y, en 1952, se dio de alta en el Colegio de Abogados de Madrid, para ejercer la abogacía, comenzando toda su andadura por los derechos de la mujer.

En 1958 asistió al Congreso de Bruselas de la Federación Internacional de Mujeres de Carreras Jurídicas (FIFCJ), a la que pertenecía y que sentaría las bases para el inicio de su lucha personal en pos de conseguir la reforma del Código Civil. Allí tuvo el tan esperado encuentro con la abogada española Clara Campoamor.

En un artículo publicado en ABC dijo:

«Cuando en septiembre de 1969 yo inicié la lucha por liberar a la mujer de las cadenas jurídicas, su situación era tan vejatoria y alienante dentro de la familia, con proyección en lo público, que había artículos como el 1263, que situaba a la mujer casada entre los menores, los locos o dementes y los sordomudos que no sabían leer ni escribir. El artículo 57 obligaba a la mujer a obedecer al marido y la licencia marital era como su sombra para todos los actos de la vida. Sin licencia, prácticamente, la mujer solo podía hacer testamento».

Hizo llegar a las autoridades correspondientes sus propuestas, e incluso visitó al Jefe del Estado y a la delegada nacional de la Sección Femenina de Falange. Posteriormente, en julio de 1971, se creó la Asociación Española de Mujeres Juristas (AEMJ), siendo María Telo la presidenta. Entre 1971 y 1975, consiguió que cuatro mujeres, entre las que ella se encontraba, entraran a formar parte de la Comisión General de Codificación del Ministerio de Justicia, encargada de revisar el Código Civil. Durante cuatro años analizaron todos y cada uno de los artículos relativos al derecho de familia y, gracias a la resistencia de María Telo y de Concha Sierra, dicha comisión aprobó la anulación de la licencia marital, así como todos los recortes de las libertades de las mujeres previstos por el Código Civil. La consecuencia inmediata fue la elaboración de los anteproyectos de ley del 2 de mayo de 1975, sobre Situación Jurídica de la Mujer Casada y los Derechos y Deberes de los Cónyuges, que devolvió a la mujer su capacidad jurídica, y la ley de 13 de mayo de 1981 sobre Filiación, Patria Potestad y Régimen Económico del Matrimonio, que puso a la mujer en un plano de igualdad legal con su marido en cuanto a la administración y disposición de bienes gananciales.

Luchadora y gran divulgadora, viajó por todo el mundo, impartiendo más de cincuenta conferencias y participando en más de cincuenta congresos, abriendo cauces, derribando tabúes y revelando a la sociedad de su tiempo la verdadera naturaleza del derecho de familia.

María Telo Núñez murió en Madrid, a los noventa y ocho años, el 6 de agosto de 2014.

Premios y reconocimientos:

Cruz Distinguida de 1.ª Clase de San Raimundo de Peñafort. Ministerio de Justicia (1976).

Medalla al Mérito de la Dra. Pérez Perozo, fundadora de la Federación Venezolana de Abogadas (FEVA) (1978).

Premio Rosa Manzano de Mujer y Socialismo (1992).

Premio Clara Campoamor, concedido por el Ayuntamiento de Madrid (2006).

Doctora Honoris Causa por la Universidad de Salamanca (2007).

Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo, en Consejo de Ministros (2007).

Premio Scévola, en el Colegio de Abogados de Madrid (2011).













lunes, 6 de mayo de 2019

Extremeñas Valientes I

Estas valientes extremeñas vivieron vidas extraordinarias gracias a su enorme coraje. Un coraje que las condujo a América como miembros de las múltiples expediciones que se llevaron durante la Era de los Descubrimientos. Mujeres de armas tomar que abandonaron su país y una sociedad donde la mujer era un cero a la izquierda, y que tienen el valor de realizar esos terroríficos viajes en barco, con riesgo de pirateo, naufragio, etc para llegar a una sociedad que no conocían y empezar una nueva vida.



Inés Suarez
(Plasencia 1507, Santiago de Chile 1580)


Formó parte de la expedición a Chile de Pedro de Valdivia, siendo la primera española en pisar dicho territorio. Además participó en la fundación de la actual ciudad de Santiago de Chile (por aquel entonces, «Santiago de Nueva Extremadura») y fue figura clave en la defensa de la ciudad durante un asedio mapuche ocurrido en 1541.

Fue criada por su abuelo, un artesano ebanista perteneciente a la cofradía de la Veracruz y por su madre, costurera. Tuvo una hermana Asunción, que era su única amiga ya que Inés era poco sociable.

A la edad de 19 años, conoció a quien sería su primer esposo, Juan de Málaga con el que contrajo matrimonio gracias a las influencias de su abuelo.

Entre 1527 y 1528, Juan, su marido, se embarcó con rumbo a Panamá e Inés permaneció en España. Pasaron los años y en 1537, Inés consiguió la licencia del rey y se embarcó con menos de 30 años, hacia las Indias en busca de su marido, del tuvo información de su muerte en la Batalla de las Salinas.

Como compensación por ser viuda de un soldado español, recibió una parcela de tierra en Cuzco, y conoció a Pedro de Valdivia, maestre de campo de Francisco Pizarro y posterior conquistador de Chile, recién vuelto tras la batalla de las Salinas y cuya encomienda era colindante con la suya.

A finales de 1539, decidió marchar junto a Pedro de Valdivia en su expedición a las tierras de Chile. Para ello Valdivia solicitó autorización para ser acompañado por Inés, la que Pizarro concedió mediante carta, aceptando que la mujer le asistiese como sirviente doméstico, pues de otro modo la Iglesia hubiese objetado a la pareja. En el viaje, Inés prestó diversos servicios a la expedición, por lo que fue considerada entre sus compañeros de viaje, según Tomás Thayer Ojeda, como «una mujer de extraordinario arrojo y lealtad, discreta, sensata y bondadosa, y disfrutaba de una gran estima entre los conquistadores».

En diciembre de 1540, fundaron Santiago de Nueva Extremadura, llamada actualmente Santiago de Chile, entre dos colinas y el río Mapocho. Valdivia envió una embajada con regalos a los caciques locales con el propósito de demostrar su deseo de paz. Y éstos, aunque aceptaron los presentes, lanzaron un ataque contra los españoles, con el cacique Michimalonco como líder. Según la historiografía española, ya a punto de derrotar a los españoles, los indígenas de pronto abandonaron las armas y huyeron en estampida, logrando ser capturados algunos de ellos. Posteriormente los cautivos declararían haber visto «a un hombre montado sobre un caballo blanco que, empuñando una espada, bajó de las nubes y se abalanzó sobre ellos», siendo esta misteriosa aparición la que provocó su huida. Los españoles consideraron que la milagrosa aparición no era sino Santiago, por lo que, en señal de agradecimiento, dieron el nombre de Santiago de la Nueva Extremadura a la recién fundada ciudad con fecha 12 de febrero de 1541.

El 9 de septiembre de 1541, Valdivia,sus tropas incas tuvieron que abandonar la ciudad para sofocar una rebelión en otro asentamiento, dejando sin saberlo, Santiago cercado por indígenas hostiles. Se planteó liberar a los caciques prisioneros en señal de paz, pero el capitán Alonso de Monroy, a quien Valdivia había dejado al mando de la ciudad, consideró acertada la suposición de Inés Suárez de que era más útil no liberarlos para poder pactar una tregua.

Antes del alba del 11 de septiembre, jinetes españoles salieron de la ciudad para enfrentarse a 20000 indígenas, una fuerza muy superiora la esperada. Al anochecer los españoles se batieron en retirada para refugiarse de nuevo en la Santiago. Entre tanto, los indígenas, lanzando flechas incendiarias, consiguieron prender fuego a buena parte de la ciudad. Tan desesperada parecía la situación que el sacerdote local, Rodrigo González Marmolejo, afirmó que la batalla era como el Día del Juicio y que tan sólo un milagro podía salvarlos.

Durante el ataque, la labor de Inés había consistido en atender a heridos y desfallecidos, curando sus heridas y aliviando su desesperanza con palabras de ánimo, además de llevar agua y víveres a los combatientes y ayudando incluso a montar a caballo a un jinete cuyas serias lesiones le impedían hacerlo solo. Pero aún tendría que desempeñar un papel decisivo en la lucha: viendo en la muerte de los siete caciques la única esperanza de salvación para los españoles, Inés propuso decapitarlos y arrojar sus cabezas entre los indígenas para causar el pánico entre ellos.

Muchos hombres daban por inevitable la derrota y se opusieron al plan, argumentando que mantener con vida a los líderes indígenas era su única baza para sobrevivir, pero Inés insistió en continuar adelante con el plan; se encaminó a la vivienda en que se hallaban los cabecillas, y que protegían Francisco Rubio y Hernando de la Torre, dándoles la orden de ejecución. Testigos del suceso narran que de la Torre, al preguntar la manera en que debían dar muerte a los prisioneros, recibió por respuesta de Inés «De esta manera», tomando la espada del guardia y decapitando ella misma al primero, Quilicanta, y después a todos los caciques tomados como rehenes, y que retenía en su casa, por su propia mano, arrojando luego sus cabezas entre los atacantes. No obstante, el historiador Benjamín Vicuña Mackenna niega que haya sido Inés Suárez quien realizó esta sangrienta acción.

Afirma un testimonio que «salió a la plaza y se dispuso frente a los soldados, enardeciendo sus ánimos con palabras de tan exaltadas alabanzas que la trataron como si fuese un valiente capitán, y no una mujer disfrazada de soldado con cota de hierro». Avivado el coraje de los españoles, éstos aprovecharon el desorden y la confusión causada entre los indígenas al topar con las cabezas decapitadas de sus caciques, logrando poner en fuga a los atacantes. La acción de Inés en esta batalla sería reconocida tres años después (1544) por Valdivia, quien la recompensó concediéndole una condecoración.


Os recomiendo el libro Inés del alma mía de la autora chilena Isabel Allende que relata la vida de Inés Suárez, su relación con Pedro de Valdivia y los obstáculos que tuvieron que sobrepasar para conquistar Chile y fundar la ciudad de Santiago.



Mencía de Calderón Ocampo
(Medellín 1514 ,Asunción,Paraguay; 1564).


Fue una noble emprendedora y exploradora española.

Estaba casada con el nominal adelantado Juan de Sanabria, el cual tenía la misión de llevar a cien parejas con hijos y doscientos cincuenta solteros para establecerlos en dos asentamientos que debían fundarse en las costas de la isla de Santa Catalina y en el Río de la Plata con el fin de consolidar las propiedades reales en la costa atlántica, continuamente asediadas por los portugueses.

La fatalidad hizo que falleciera y su hijo Diego, de apenas 18 años de edad, heredó la responsabilidad impuesta por Carlos V

La hueste femenina era dirigida por Mencía de Calderón y Sanabria, viuda de Juan; con ella viajaban sus hijas María , Mencia y Francisca.

Otros capitanes eran Cristóbal de Saavedra, Hernando de Salazar y Francisco Becerra. El cronista de la expedición Hans Staden, aventurero teutón que escribió las memorias del viaje.

La flota maltrecha llegó a la isla de Santa Catalina en diciembre, después de sufrir muchas penurias, soportar terribles tempestades, ataques de corsarios franceses, naufragios y demás males.

Los integrantes de la expedición no se hallaban en condiciones de establecer los poblados que la Corona ordenaba erigir, pensando solamente llegar a Asunción para planear desde allí el establecimiento de los pueblos de la ribera atlántica (como el de San Francisco de Mbiazá).

Desde la isla de Santa Catalina, luego de reponer fuerzas, se desplazaron hasta el Mbiazá (en guaraní: 'la salida', también llamada Ybiazá o La Vera; se trataba de la salida por vía terrestre directa que el gobierno de Asunción poseía en el océano Atlántico y que correspondía a las costas marítimas de los actuales estados —hoy brasileños— de Paraná ySanta Catarina), en las costas de tierra firme y ubicada veinte leguas al sur. En ese punto hubo necesidad de esperar un año para construir un bergantín con los restos de la nave San Miguel.

Las desavenencias entre Salazar y Saavedra empeoraron la situación; si no fuera por la predisposición de doña Mencía, tutora de la expedición, todo habría fracasado.

Las mujeres tuvieron un papel preponderante en la supervivencia del numeroso grupo. Cosían velas, cocinaban, juntaban madera y participaban en todas las actividades. Mencia cuidaba celosamente su plantel de mozas casaderas, pero, en tan demorada escala no pudo evitar que ocurrieran algunos acontecimientos dignos de mención. Los oficiales y funcionarios reales, que acompañaron a la armada, se adelantaron en escoger esposas entre las de mejores predicamentos, disminuyendo de esa manera el número de las candidatas que venían a encontrar maridos entre los españoles de Asunción.

Salazar dispuso dividir el contingente. Una parte de la gente y el equipaje embarcó en el bergantín con intención de llegar por agua a Asunción y el resto partió a pie por el Peabirú partiendo por el río Itapocu, senda indígena de más trescientas leguas transitada con anterioridad por Alejo García y Alvar Núñez Cabeza de Vaca. La expedición estaba compuesta por indios porteadores y guías, algunas vacas llevadas por portugueses, curas, oficiales, soldados y la dotación de mujeres que viajaban amparada por Mencia.

Es de suponer el sacrificio que significó para la estoica partida sortear mil obstáculos, cruzar enormes ríos, selvas y cordilleras.

Salazar y su grupo llegaron a la ciudad de Asunción en octubre de 1555 en medio del júbilo y la algarabía de los antiguos conquistadores, y la sorpresa de algunas mujeres casadas que reencontraron a sus esposos rodeados de vástagos mestizos, algunos de ellos ya adolescentes. Al año siguiente llegaría a destino Mencia Calderón Ocampo, en abril de 1556, con sus hijas, yernos y demás acompañantes. La villa de San Francisco de Mbiazá quedaría abandonada​

Fallecido Fernando de Trejo, María de Sanabria contrajo nuevamente matrimonio con Martín Suárez de Toledo, con quien tuvo ocho hijos. Uno de ellos, Hernando Arias de Saavedra (Hernandarias) fue el primer gobernador nacido en el Paraguay.

En consideración al tiempo gastado en tan largo periplo terrestre era de esperar que los viajeros que remontaban el río ya estuvieran en Asunción. En realidad, los navegantes subían las corrientes con excesiva lentitud. Fue necesario enviar otra embarcación para prestarles auxilio y acelerar su llegada a destino.




Catalina Bustamante

(Llerena 1490, Texoco, México, 1546)


Considerada como una de las primeras educadoras de América, dedicada a la formación y protección de las mujeres y niñas indígenas.

De probable origen hidalgo, pues sabía leer y escribir y tenía una formación humanista, partió el 5 de mayo de 1514 de Sanlúcar de Barrameda junto a su marido Pedro Tinoco, sus hijas y sus cuñadas hacia Santo Domingo, la primera ciudad europea del Nuevo Mundo. Durante 15 años se pierde su rastro hasta que resurge en México a través de una protesta que la dignifica. Escribe una carta a Carlos I en 1529 “exigiendo justicia por el atropello del que habían sido víctimas dos alumnas indígenas y, por extensión, el colegio de Texcoco que ella dirigía”.

Para entonces Catalina había enviudado y se ocupaba de la educación de las hijas de los capitanes de Hernán Cortés, hidalgos y gentes acomodadas. Catalina sufría cuando veía todas las injusticias sufridas por los indígenas, especialmente por las niñas. Aprovechando su condición de terciaria seglar de la Orden de San Francisco, consiguió, por mediación del franciscano Fray Toribio de Benavente, que la Orden le cediese parte de un antiguo palacio, el de Nezahualcoyitzi, de Texcoco (México) para establecer un colegio para niñas indígenas, el primero. Catalina educaba a las niñas en la fe cristiana -condición impuesta por los franciscanos-, les enseñaba a leer y escribir, cantaban oraciones, aprendían cuestiones domésticas y, las mayores, se iniciaban en algún oficio. Catalina defendía su dignidad y denunciaba los abusos sufridos.

Catalina fue inculcando en las adolescentes indígenas el derecho a formar una familia monógama e indisoluble, lejos del arbitrio paterno donde, hasta ese momento, las hijas eran mercancía para sellar alianzas con caciques o capitanes españoles. Animó a estas jóvenes a formarse una nueva conciencia regida por el derecho a elegir esposo y a vivir en sintonía con la moral cristiana.

Una noche de 1529 un grupo de indios asaltó el colegio para raptar a Inesica, hija de un cacique, y su criada, por orden de un alcalde español encaprichado con la joven. La directora del colegio denunció al secuestro ante el obispo, que exigió la devolución de Inesica y su criada. “No conforme con eso, Catalina Bustamante denunció al alcalde por el atropello a la honra de las doncellas y el allanamiento del colegio para que sirviera de escarmiento ante los desmanes de otros altos cargos del virreinato”. No prosperó la vía judicial porque el presidente de la Audiencia de México era el hermano del regidor que había ordenado el secuestro. Fue entonces cuando Bustamente, por mediación de Fray Juan de Zumárraga, que llegaría a ser más tarde obispo, escribió a Carlos I, enredado por entonces en los detalles de su coronación como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. La misiva acabaría en manos de su esposa, Isabel de Portugal, que se indignó ante la ofensa y ordenó reclutar “mujeres letradas de conducta ejemplar” para instruir a las niñas de Nueva España. A las elegidas les pagó el pasaje, la manutención y un ajuar.

Catalina Bustamente regresó una vez a España, con 45 años, para denunciar ante la Corona la falta de apoyos a su labor pedagógica. La emperatriz Isabel de Portugal volvió a respaldarla con fondos y con el reclutamiento de varias beatas, y más tarde seglares, que actuarían como maestras.

Con las nuevas maestras se pudieron establecer más colegios, como los de Otumba, Cuautitlán, Tepeapulco, Coyoacán, Xochimilco y Tlamanalco. Si se considera que el sistema contaba en 1536 con entre ocho y diez colegios en la capital, que cada uno tenía alrededor de 300 a 400 niñas indígenas y que la escolaridad en ese momento era de máximo cuatro años, podemos entrever la amplitud de esta maravillosa obra. La instrucción de niñas indígenas se expandió –también a las hijas de familias pobres- por México hasta que la peste de 1545 la truncó abruptamente. Entre los 800.000 fallecidos se incluyeron las alumnas y sus maestras, incluida Catalina Bustamante.

Un monumento en Texcoco la honra como la “primera educadora de América”.


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