miércoles, 12 de diciembre de 2018

Ladrillos

Este artículo va sobre ladrillos. Sí, habéis leído bien. La RAE lo define como “Masa de barro, en forma de paralelepípedo rectangular, que, después de cocida, sirve para construir muros”. Pero también como “Aquello que es pesado o aburrido”.
Realmente, cuando cae un ladrillo de estos en nuestras manos, sólo sirve para construir muros y alejar a los lectores de la literatura y el placer de leer (sobre todo a los que no tienen una gran hábito lector). Por eso no está mal que os avisemos con antelación.
¡Esta aventura es solo para los muy valientes!


Y es que hoy quiero hablar de esos libros que, por diversos motivos, no hemos sido capaces de leer en su momento, bien porque eran lecturas demasiado densas para la edad que teníamos, bien porque la temática simplemente no nos motivaba lo suficiente para seguir leyendo, porque el tamaño del libro nos acobardaba, porque la prosa era infumable, etc.
Hasta los más insaciables devoradores de libros tienen cadáveres en sus estanterías que no han podido (o sabido) leer.


En mi caso, un libro que he intentado leer en al menos cuatro ocasiones, ha sido Rayuela de Julio Cortázar. Lo quería leer porque se considera una genialidad de este autor importantísimo de la Literatura Universal. Pues bien…, la última vez que lo intenté decidí desesperada donarlo a la biblioteca por si hay algún valiente que se atreva a intentarlo.
Otro libro que dejé cuando iba por la mitad fue: La paradoja del interventor, del extremeño Gonzalo Hidalgo Bayal. Me lo recomendó un amigo y puse verdadero interés en terminarlo, pero fui incapaz.

Para Paqui, nuestra profesora de Música, su tormento fue El Quijote. Se lo mandaron leer en el colegio con trece años y le resultó intragable. Pero cuando tenía veintidós, decidió leerlo con nuevos ojos, y ahora es uno de sus libros favoritos.

Marta, de Inglés, no ha sido capaz de leer Moby Dick. El hecho de que todo gire en torno a una ballena le resultaba tan tedioso ¡que ni siquiera pudo terminar de ver la película!

Ana Belén lo intentó con Los pilares de la Tierra de Ken Follett, pero le resultó espeso y aburrido. Es curioso, pues este mismo libro le encanta a mucha gente. De hecho, fue un bestseller.

María José, de Francés, nunca deja un libro sin terminar. Por eso, años después de haberlo intentado, volvió a retomar la lectura de El árbol de la ciencia, de Pío Baroja, con gratos resultados, pues ahora es uno de sus libros de cabecera.

Para Ana María Rossiñol fue una lectura imposible el bestseller El código Da Vinci, de Dan Brown. Y eso que el libro tenía todos los ingredientes para que le gustaban. Sin embargo, tras cinco intentos sin pasar de las veinte páginas, lo dejó por imposible.
No se os ocurra por otra parte, regalarle un libro de Julio Verne; no lo soporta, se aburre mortalmente.

A José Antonio, de Tecnología, le ocurrió lo mismo con La sombra del viento, aunque finalmente consiguió leerlo (eres mi héroe), a pesar de que no le gusta como escribe.
Tampoco soporta a Calliou, que para calvos ya está él.

Juan Esteban, de Física y Química, se confiesa lector de libros raros, y abandonó la lectura de Al otro lado del túnel. Es un trabajo de investigación del psiquiatra forense José Miguel Gaona sobre experiencias cercanas a la muerte (ECM). La información le resultó excesiva para cada caso concreto y demasiado técnico. Sin embargo no descarta volver a retomarlo antes de convertirse en material de estudio del propio libro.

José Ignacio, de Historia, admite con mucha sorna pero con total sinceridad, no haber sido capaz de terminarse Teo en la escuela. ¡Ni siquiera cuando se lo leía a sus hijos!.

Lidia, de Inglés, tenía en casa el libro El perfume, que sería de alguno de sus hermanos, y decidió empezar a leerlo no muy convencida. Le gustó tanto que se leyó el libro varias veces en el mismo verano. No solo el argumento es muy original, también el protagonista Jean Baptiste Grenouille es fascinante.

Elia, de FPB1, tiene clavadita la espina de no haber podido leer El libro del buen amor, del Arcipreste de Hita, y eso que se lo recomendó su profesor de Literatura, uno de los mejores que ha tenido, por eso no descarta volver a intentarlo. Sin duda, sería un buen homenaje a dicho profesor.

Ana Nuevo intentó varias veces leer Los juegos de la edad tardía, de Luis Landero, pero a pesar de tener una cuidada prosa, le resultó extremadamente pesado y a penas pasó de las treinta páginas. Esta novela no es especialmente larga, pero no hay que confundir el tamaño con la dificultad. Hay libros que creemos que serán fáciles por tener pocas páginas, pero se vuelven verdaderos monstruos debido a la aridez de su prosa.
A ella le produce cierta sensación de culpa no terminar un libro, sin embargo le gusta seguir el consejo de Kingsley Amis: "La vida es demasiado corta para leer libros malos" (o en este caso, libros que no nos gustan).

No creáis que Eva por ser de Lengua no tiene cadáveres en el armario. El nombre de la rosa, de Umberto Eco, se le ha resistido en tres ocasiones. Eso sí, no descarta volver a intentarlo. ¡Ánimo, que tú puedes!.
Con la autora Alicia Giménez Bartlett tuvo más suerte. Tras sufrir leyendo Hombres desnudos, se aventuró a leer Mi querido asesino en serie y fue una sorpresa, pues es un libro con personajes muy trabajados y originales, y un humor muy desenfadado.

Tras esta pequeña recopilación de buenos ladrillos sólo me queda invitaros a sufrir un poquito, pues aunque a veces estos libros quedan desterrados para siempre de nuestros propósitos de lectura; otras, volvemos a darles una oportunidad años más tarde y curiosamente nos sorprendemos gratamente perdidos entre sus lineas y, ¿quién sabe?, a veces no solo descubrimos por fin ese libro, sino a nosotros mismos, antes y después de leerlo.


¿Y tú? ¿Guardas algún cadáver en tus estanterías?

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